Héctor "Beto" Villarroel:

"Conmigo desaparecerá la carpintería de ribera" 

Héctor “Beto” Villarroel es uno de los pocos hombres que mantienen vivo el oficio artesano de la carpintería de ribera, esa que se dedica a la noble tarea de construir lanchas, botes y chalupas.Hasta el pasado 21 de enero, laboraba en su inmenso galpón ubicado en sector La Puntilla de isla Tenglo. Aquella tarde sobrevino la tragedia y un incendio consumió la estructura, reduciéndola a cenizas. Igual suerte corrieron sus herramientas y maquinarias. Espera levantarlo a mediados de marzo y continuar construyendo lanchas y chalupas, teniendo solo una mano, pero una voluntad y tesón a prueba de todo. Esta es su historia


La toponimia Tenglo (tüng-lu) proviene del mapudungún y significa "sosegado", "lugar tranquilo” o “apacible". Su punto más alto está coronado por su famosa cruz que ilumina las noches y es visible desde diversos puntos de la ciudad. En el pasado se hizo famosa por sus quintas de recreo, emprendimientos que iniciaron los descendientes de la familia Hoffmann Schwabe, a comienzos del siglo XX.

En su extremo norte, la puntilla insular albergó una fábrica de bloques de cemento en la década del 30 para la construcción del puerto. Junto a esta actividad, en el sector se instalaron varios astilleros, como parte del importante movimiento marítimo de la época.

En las postrimerías de los años 30, se instaló el "Astillero Cóndor”, ofreciendo servicios de armado y mantención de naves. Una visionaria industria para la ciudad, la que tenía a su favor singulares características, pues contaba con dos diques naturales y una diferencia de siete metros entre mareas, que lo convertía en un lugar único en su tipo en Chile.

Tal como se lee en la publicación de Alejandro Torres, “la principal actividad de este astillero fue la construcción de lanchas de pasajeros a motor, que cubrían los servicios de cabotaje entre Calbuco, Huar, Maillen, Cochamó y el sector cordillerano”.

La isla reposa frente a la bahía porteña del seno de Reloncaví. Hasta aquél idílico lugar fuimos en busca de Héctor “Beto” Villarroel (69), uno de los pocos hombres que mantienen vivo el oficio artesano de la carpintería de ribera, esa que se dedica a la noble tarea de construir lanchas, botes y chalupas.

Hasta el pasado 21 de enero, laboraba en su inmenso galpón. Aquella tarde sobrevino la tragedia y un incendio consumió la estructura, reduciéndola a cenizas. Igual suerte corrieron sus herramientas y maquinarias.

Cuénteme, ¿esto se recupera de esta tragedia?

“Nos estamos recuperando desde poco. Menos mal, la gente aquí son todos solidarios, me han ayudado bastante, igualmente mi familia, pero no así del municipio. Desde allí no he recibido nada; si hubiera sido una casa habitación, sí me habrían ayudado”.

Pronto cumplirá 45 años cortando troncos para convertirlos en tablas, que luego transforma en tablones. De esta forma, las maderas que emplean se transforman en la quilla, roda y las cuadernas. que pacientemente logra curvar con vapor y calor. Para las fijaciones es indispensable la utilización de clavos de cobre, único material que soporta de óptima manera la oxidación causada por la salobridad del mar.

”Heredé de mi padre los secretos del oficio. Él recibió el conocimiento de mi abuelo”.

El clan familiar llegó hasta el reducto isleño proveniente de Lleguape, un pequeño pueblo ubicado en la costa sur del estuario de Reloncaví, cerca de Puelo.

Sobre el esplendor de la época en que opera el Astillero Cóndor, recuerda:

“Por el canal navegaban grandes embarcaciones. Todo este sector era del astillero; por ahí todavía se ve parte del cemento del piso”. Efectivamente, en esa parte del patio que señala, se aprecian vestigios de aquella pujante industria.

Pero esto es parte de la historia pasada. Hoy ya no recalan grandes veleros como antaño en las tranquilas aguas del canal. De igual manera, se ha ido apagando la actividad que desarrolla Beto.

“Hoy la demanda no es tanta como antes. Ahora, con la modernidad, se fabrican embarcaciones de fibra de plástico o aluminio. "Va quedando poco del trabajo de carpintería de ribera". Señala resignado.

Seguimos conversando, mientras recorremos el enorme patio donde se ve claramente el daño causado por el incendio. Una chalupa de seis metros, a medio terminar, muestra signos evidentes del fuego en la popa del casco de madera, que luce sus cuernas al aire, como si fuese un esqueleto mortal.

Le interrogamos sobre su metodología de trabajo, suponiéndola más compleja.

“Aquí llega el cliente y me dice que necesita una embarcación de tales medidas y características. Yo me las sé de memoria”. Responde sonriendo ante nuestra evidente sorpresa.

¿Cómo es eso? Replicamos. ¿Usted no tiene un archivo de planos o especificaciones técnicas de las naves que construye? Vuelve a esbozar una sonrisa pícara y responde.

“No, es como si yo lo inventara nomás. Sé de memoria las medidas de cada pieza. Se empieza de a poco. Después, saco la idea a mi pinta”.

Su trabajo es reconocido por la gente de mar; allí radica la confianza que depositan en él y se debe, fundamentalmente, a la calidad de su trabajo. Sobre las maderas que emplea en la construcción de naves diversas, le preguntamos por aquellas que se pueden utilizar.

“Hay algunas maderas, como el alerce, que no se pueden usar. Está prohibido, a no ser que se obtenga de palos muertos.” Explica al asombroso artesano.

Tampoco se puede utilizar ciprés de las Guaitecas. Por eso ahora usacasi puro pino Oregón o el cipresillo. Especifica, para apuntar otro elemento que debe considerar en el proceso. Dichas especies no son iguales al alerce o al famoso y fragante ciprés, que ofrecen máxima calidad y eficiencia para la náutica.

Las maderas, como señala Villarroel, deben cumplir con ciertas características para conseguir las sinuosas curvaturas de las cuadernas y probada resistencia, para que el navío alcance su mayor larga vida útil de navegación.

Ante la situación descrita sobre las vedadas variedades, dice que recubren con fibra de plástico el exterior de las embarcaciones para impermeabilizarlas.

 

 

Su artesanal arquitectura naval no deja de fascinarnos y le preguntamos sobre las características de la mayor construcción realizada.

“La embarcación más grande medía 22 metros”. Se refiere a la longitud desde la popa a la proa. “Y dos metros con veinte centímetros de puntal”. Es decir, desde la línea de flotación hasta la parte más inferior de la quilla. La otra clásica medición considera el ancho; en la jerga se denomina manga. El semejante navío alcanzó 5 metros y medio y navegó hacia Puerto Aysén, en la parte sur austral del país.

Los encargos que le hacen, en ocasiones, contemplan la habilitación del puente de mando e instalación de motor y sistemas eléctricos. Dadas las dimensiones, requieren ser arrastradas mediante tractores o carros de arrastre rumbo a la playa. Tal maniobra se llama botadura; hasta que la pleamar la mece finalmente sobre el oleaje marino.

Dada la aciaga escena, donde yacen arrumbados restos de madera quemada y latas retorcidas, requerimos saber de él el futuro del afectado astillero.

¿Todavía tiene ganas de mantener viva esta tradición?

“Sí, tal vez tres o cuatro años más. Ya estoy cansado y es duro trabajar en esto.” Responde, reconociendo los estragos que el tiempo ha provocado en él.

¿Y hay quien tome el relevo?

“Nadie. Difícil que aparezca alguien, porque mis hijos trabajan en otra cosa. Tengo uno de ellos que me ayuda, pero igual tiene ya otras ideas de trabajo.“

¿O sea, la carpintería de ribera desaparecerá tras su retiro?

“Yo creo que por el lado mío, sí. Cuando deje de trabajar en esto, ya no se va a hacer más”. Con su respuesta, “Beto” Villarroel pone una lápida al noble oficio.

Si usted tuviera que aconsejarle a alguien entre construir una embarcación, un bote, una chalupa, una lancha, le sugeriría que fuera de madera o de fibra y plástico.

"La madera es una tradición. Es más firme. Ahora, el casco se enfibra, por lo cual su duración puede llegar hasta los 25 años”.

Una embarcación como la siniestrada y que restaurará para entregarla en las mejores condiciones le demanda un mes de trabajo.

“Sí, en un mes está lista”. Reafirma y prosigue: “El tablado no es tanto; después hay que estopar, enmasillar y pintar”.

 

Tenglo está paradójicamente tan cerca y tan distante a la vez. Sus habitantes siguen sintiendo la aislación, en el máximo sentido de la palabra.

La emergencia, que lo dejó sin su galpón, hubiese podido ser combatida si existiera un grifo con agua y la presión adecuada. Cuando llegaron los bomberos, ya se había quemado todo.

Ante un incendio, como el que afectó sus instalaciones, un enfermo grave o un accidente, la puntilla cuenta apenas con una posta de primeros auxilios. Cualquier otra necesidad, deben necesariamente cruzar hacia Puerto Montt.

Pero siguen latentes las dificultades de conectividad que afectan la isla en sus sectores más poblados, como el sector La Puntilla y La Capilla. Beto recrea el paisaje urbano y rural al mismo tiempo: “En la primera, se celebra la fiesta del Nazareno. Allá abajo, la Virgen de Lourdes. “En ambas partes hay escuelas”. Comenta que conoce esas playas como el mejor.

“Ahora tenemos luz, agua potable y alcantarillado. Eso es un tremendo avance. Cuando llegamos, no había nada. De noche, nos alumbrábamos con lámparas Petromax”.  Indica como si fuera un cuento de viejos.

 Un tema que causó división entre los residentes fue la consulta realizada hace tiempo para discutir la construcción de un puente sobre el canal, para favorecer, por ejemplo, la llegada de una universidad. La propuesta fue resuelta por votación, alzándose la opción que se oponía al proyecto.

En el momento en que esta entrevista concluía y preparábamos una breve sesión fotográfica. Él buscó su mejor ángulo para la cámara, al tiempo que hizo un ademán y llevó su mano izquierda rápidamente al bolsillo.

Sin previo aviso, nos contó del accidente que le ocurrió teniendo apenas dos años de edad. Una sierra en funcionamiento, del astillero de su padre, le cercenó gran parte de la mano izquierda. En vano lo trasladaron a Puerto Montt. Se demoraron tres días en llegar desde Llaquepe. Nada se pudo hacer.

Desde entonces, han transcurrido casi 66 años y la conectividad sigue siendo una deuda del país con algunos de sus habitantes.

A pesar de todo, el “Beto”, como le llaman, espera levantar la techumbre de su galpón antes del 10 de marzo y continuar construyendo lanchas y chalupas, teniendo solo una mano, pero una voluntad y tesón a prueba de todo.