Simón Sierralta, Arqueólogo UACH 

“No buscamos lo más antiguo, buscamos entender qué ha pasado a lo largo del tiempo”.

Contrario a lo que la mente y la fantasía infantil pudieran suponer, a Simón Sierralta la arqueología no se le apareció como si fuera protagonista de un filme de aventuras del tipo Indiana Jones. Actualmente, está preparando la defensa de su doctorado que compara la variación en la tecnología lítica lo largo del tiempo en nuestra zona. Pero accedió a esta entrevista para dar a conocer el trabajo de campo realizado en conchales de la costa de Puerto Montt y alrededores.


Él se adentró en la ciencia que estudia el pasado humano a partir de restos materiales, en el portal que lo condujo de la enseñanza media a la universidad.

Sí, la verdad que cuando yo tenía que decidir qué estudiar, no tenía tan claro de qué se trataba la arqueología, porque es algo un poco lejano. Pero sí me interesaba mucho la investigación histórica, en el sentido no de los documentos, sino de la investigación sobre el pasado”. Sostiene el docente de la carrera de Arqueología de la Universidad Austral de Chile, campus Pelluco, de Puerto Montt.

No lo atrajo la épica de explorador, más bien fue el descubrir lo desconocido, aquello que no está a la vista, como el estudio de sucesos acaecidos en períodos más recientes, de los cuales generalmente hay elementos y nociones. “Está ahí como un pasado más cercano. En cambio, en la arqueología siempre tenemos esa cosa de que vamos un poquito hacia el oscuro, a destapar algo literalmente”. Aclara las diferencias.

Atraído también por el trabajo de campo, fui internándome en su formación, donde aprendió que esto era una disciplina científica con métodos y le encantó y quedó prendido en la primera semana de clases.

O sea, ¿no fue una inspiración que te vino, como la del niño que sueña con ser astronauta?

“No. Pero sí en ese sentido de esa cosa de Indiana Jones, como de ir y meterse en la pirámide. Yo no quería ir a las pirámides, pero me refiero a esa sensación de explorar”.

 

Entre la búsqueda y los hallazgos, estos últimos son mayoritariamente ¿por casualidad o hay alguna planificación?

"La menor parte de los hallazgos surge por azar, de ahí que suelen ser súper significativos, porque justamente ese es el factor inesperado, entonces de repente se hacen más famosos. Por ejemplo, Monte Verde fue un hallazgo fortuito de gente que vivía ahí; a nadie se le hubiera ocurrido ir a buscar Monte Verde ahí. Por eso como que apareció algo donde era inesperado”. En ese mismo sentido sostiene que “la mayoría de los sitios arqueológicos se encuentran por búsqueda intencionada de sitios arqueológicos. O sea, hay dos dinámicas: una es la investigación, digamos, más académica y la otra es cuando se hacen evaluaciones de impacto ambiental, estudios que consideran la fauna, la arqueología y el medio ambiente en general”.

LOS CONCHALES

En la costa de la provincia de Llanquihue, las ocupaciones humanas datan de hace más de 6.000 años; su presencia dejó conchales arqueológicos consistentes en grandes depósitos de conchas, huesos de animales y artefactos abandonados por pueblos canoeros. Los restos mencionados eran arrojados fuera de las chozas que habitaban, generando verdaderos cerros o montículos. Hoy algunos se encuentran cubiertos con tierra y pasto, otros se aprecian en las playas, como cortes expuestos de conchales estratificados.

De estos vestigios, el de Piedra Azul es uno de los más antiguos; fue excavado hace 25 años mientras se ejecutaban trabajos de mejoramiento del tramo Chamiza-Quillaipe de la Carretera Austral, posee una data de 6.500 años, y su descubrimiento lo convirtió en el sitio arqueológico más antiguo del litoral de la región de Los Lagos. El depósito tiene más de dos metros de profundidad y entrega valiosos datos sobre los pueblos costeros del sur austral, que vivieron de los recursos marinos y navegaron los mares en sus dalcas, embarcaciones de tablas cosidas.

Otro de estos sitios arqueológicos está en Bahía Ilque, que también tiene 6.500 años de antigüedad, mientras que el descubierto en el sector de Chamiza en octubre de 2023, denominado Conchal de Río Mar, es más reciente: “Pensamos que podía tener una antigüedad comparable a Piedra Azul por la cercanía y algunas características, pero obtuvimos una fecha radiocarbónica de alrededor de 2.000 años”. Aclara Sierralta A pesar de no ser tan antiguo como el de Piedra Azul, sostiene: "No buscamos lo más antiguo, más bien buscamos entender justamente qué ha pasado a lo largo del tiempo, hace 6.000 o hace 2.000 años”.

Sierralta participa en un proyecto de investigación que estudia desde la arqueología y desde la historia cómo fue la interacción o la relación entre los pueblos indígenas y los invasores españoles, que se asentaron en Chiloé y crearon distintas dinámicas de relación con los canoeros, con los agricultores. La presencia de los chonos, pueblo canoero que navegó entre el archipiélago de Chiloé y la Península de Taitao, está relacionada directamente con estos conchales.

¿Cuál es tu visión?

En general, los pueblos indígenas han sido invisibilizados. En ese contexto, los mapuches tienen mayor visibilidad histórica, por distintas razones, pero es parte del relato nacional, tiene más que ver con la política chilena que con la investigación histórica propiamente". El investigador compara ese estatus con los canoeros: “Los chonos son un pueblo del que sabemos mucho menos. Eran grupos que más o menos compartían un modo de vida; vivían entre el seno de Reloncaví y el golfo de Penas. Más al sur estaban los kawésqar y los yaganes, que tenían modos de vida similares, pero mantenían identidades distintas, con los chonos”. Sierralta se refiere al hecho histórico que constata el asentamiento español en Chiloé, instalación que tuvo un efecto profundo en la sociedad indígena que vivía en el lugar.

A diferencia del sur, en Magallanes, por ejemplo, no hubo instalación occidental permanente hasta el siglo XIX. En cambio, en el caso de los chonos, en el período colonial fueron muy impactados. Su lengua desapareció, se sedentarizaron y fueron víctimas de la cacería de esclavos, posteriormente vendidos como esclavos a Lima y al norte; entonces hubo un impacto muy severo e hizo que no llegaran al siglo XIX.

“No tenemos una referencia viva del pueblo chono. Pero tenemos la arqueología, aun cuando en el archipiélago de Chiloé ha tenido menor desarrollo. Hay una historia humana de 6.000 años antes de que se fundara Castro. La historia no empezó ahí”.

 

¿El conchal de Río Mar es el más reciente en términos de hallazgos arqueológicos?

“Es reciente porque se encontró hace un año y medio, pero hay colegas que están excavando, por ejemplo, en Chayahué, en el marco de proyectos de inversión. Nosotros excavamos otros sitios; lo que pasa es que no sale en la prensa. En algún momento lo publicaremos; no tenemos resultados todavía del conchal de Pelluhuin. Hemos hecho prospecciones extensivas en torno a las ciudades de Castro y Chacao, que son los enclaves españoles, para ver qué sitios arqueológicos había en los alrededores. Esto lo hicimos en el segundo semestre de 2024”.

En algunos sectores se han encontrado sitios no sólo con rastros de conchales, sino también restos de cerámica que aluden a un modo de vida más sedentario por vestigios de formas de agricultura mapuche, huilliche, por ejemplo en el sector de Ahuenco, en la costa del Pacífico, entre el río Chepu y el Parque Nacional Chiloé.

CONCHAL RIO MAR

El lunes 16 de octubre, en la población Río Mar del sector de Chamiza, distante 6 kilómetros de Puerto Montt, y en circunstancias en que lugareños realizaban trabajos particulares, descubrieron de forma fortuita restos bioantropológicos ubicados dentro de un conchal.

La Fiscalía ordenó diligencias, concurriendo la Brigada de Homicidios y el Laboratorio de Criminalística de la PDI, quienes determinaron que, por la antigüedad de los restos, se debía coordinar con personal del Serpat y del Consejo de Monumentos Nacionales (CMN).

Junto a las primeras pericias policiales, un equipo de profesionales de la Universidad Austral para efectuar un salvataje de los restos arqueológicos y bioantropológicos descubiertos. “El término salvataje es un término técnico que se utiliza cuando uno refiere a excavaciones que se hacen de emergencia y cuando se pone en peligro de destrucción un contexto arqueológico”, explica el nombre del operativo. “Confirmamos la presencia de conchas y osamentas asociadas al perfil, en un contexto funerario que correspondería a un conchal de características monticulares, por tanto, un hallazgo arqueológico”, explicó.

 

El salvataje de los restos correspondía a la mitad inferior (esqueleto axial y extremidades) de un individuo dentro de un conchal. Para el arqueólogo, lo sucedido en Río Mar tuvo repercusión mediática porque en el sitio se encontraron osamentas humanas, lo que motivó la comparecencia de la PDI, ante la eventualidad de un hecho policial. “Los contextos funerarios llaman más la atención del público general.” Sostiene.

La zona del descubrimiento está ubicada en la desembocadura del río Chamiza al Seno de Reloncaví. En el lugar, las condiciones del suelo no son las más adecuadas para la agricultura, lo que obliga a la gente a utilizar la tierra de los conchales, que producto de la descomposición de la concha y de materiales orgánicos aportan calcio y nitrógeno a sus cultivos.

En medio de estas faenas de remoción de tierra, lugareños sin tener nociones precisas de las características del sitio dan con restos óseos y realizan la denuncia que activó el despliegue y protocolo antes descrito. Desafortunadamente, golpes provocados por una de las palas dañaron el cráneo, impidiendo el rescate en mejores condiciones de las osamentas.

La arqueología, como otras ciencias que estudian el pasado, tiene una veta desconocida, que es la de apoyo en investigaciones forenses, razón que requirió, en el caso del Conchal de Río Mar, la presencia, entre otros, de Sierralta.” Nos dimos cuenta de que era un conchal, como un entierro. Era un contexto indígena prehispánico, que no tenía por dónde ser un caso judicial. No era un asesinato. Cuando la arqueología trabaja, no solamente recuperamos los objetos o los restos humanos, sino que tratamos de entender el contexto”. En el caso de Río Mar no encontraron muchos artefactos de piedra: "Artefactos líticos, le llamamos nosotros". Pero sí, mi tesis doctoral trata sobre cómo cambió la tecnología de piedra durante los últimos seis mil años en Piedra Azul”.

LOS ENTIERROS

Una característica del registro arqueológico y del comportamiento de los pueblos canoeros es el entierro en los conchales. Era una práctica común desde hace al menos cuatro mil años. En Piedra Azul, Bahía Ilque, Río Mar y otros puntos de la costa en la Carretera Austral hay individuos enterrados, también en Puente Quilo 1, en Ancud. “Hay dos tipos principales de patrones funerarios que se han identificado en la zona de los archipiélagos desde Chiloé hacia el sur, en los conchales y en las cuevas. Se han descubierto cuevas con entierros en la zona de Quellón y desde Guaitecas al sur”, especifica. En estas búsquedas asoma evidencia de la fauna de ese pasado, que permite entender la dieta de esos habitantes e identificar “Qué moluscos comían. Hay conchales solo con rastros de almeja y otros que tienen puros choros”.

¿Cómo se logra entender el aspecto de la dieta?

"Estudiamos la composición taxonómica, es decir, la composición de especies de los conchales. Se remiten muestras de la concha del conchal para analizar y determinar qué especies hay, tamaño, si más o menos enteras.

A partir de huesos de animales, tales como lobos marinos, pudús o coipos, se puede inferir la dieta probable, y vamos entendiendo cómo capturaban esas especies.

Al hallazgo de Río Mar lo sometimos a análisis de composición molecular y, como era esperable, arrojó que ese individuo tenía una dieta fundamentalmente marina”. Finaliza la explicación sobre otro aspecto llamativo de estos ceremoniales.

 

 

LAS PIEDRAS

Por muchos años ha estudiado la tecnología de piedra y comparado su desarrollo entre la isla de Chiloé y el continente. Se han encontrado proyectiles, cuchillos y otros elementos asociados a la captura de presas, probablemente lobo marino, un recurso que aparece frecuentemente en los conchales, el recurso cárnico más importante que hay en la fauna de la zona.

También herramientas de procesamiento para construir, por ejemplo, sus embarcaciones; disponían de tecnologías basadas en madera y hueso, de allí la existencia de cuchillos, cepillos para madera y raspadores para trabajar el cuero, que era otro recurso importante, para confeccionar vestimentas y coberturas de las chozas. También hay hallazgos de líneas de pesca y arpones.

En este sentido, la arqueología permite determinar con qué tipo de piedra trabajaba. La obsidiana, también conocida como vidrio volcánico, es un tipo de roca ígnea volcánica perteneciente al grupo de los silicatos que se forma cuando la lava de algunos volcanes se enfría; era uno de los principales materiales utilizados en la producción de herramientas y armas.

Una de estas piedras proviene del volcán Chaitén y se encontraron rastros en sitios arqueológicos en el seno de Reloncaví, Chiloé, archipiélago de Los Chonos, incluso en Valdivia. A esos lugares habría llegado, seguramente, por mar. A veces usaban la roca en la misma playa, y en otras la transportaban. “Eso nos habla de cómo la gente se movía por el espacio, o si a lo mejor había redes de intercambio; nosotros vamos tratando de explorar eso. Entonces, esos son el tipo de cosas que nosotros vamos investigando. Y los conchales a veces tienen, a veces no”. 

Al finalizar la conversación, Sierralta se refiere al apoyo que reciben las prospecciones arqueológicas.

“Por supuesto hay una cosa de fomento; si alguien pone plata, siempre va a llegar alguien que le interese investigar, depende de eso, pero también depende de que haya una política de Estado de fomentar la investigación”.